En saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón.
Es la mañana de un sábado. Después de la sinagoga, cura a la suegra de Pedro. Por la tarde, a la puesta del sol, cura a muchos enfermos. A la mañana siguiente, al amanecer, hace su oración en un lugar solitario. Luego, aunque la gente intenta retenerle, se pone en camino. Es una jornada típica de la vida de Jesús: enseña, cura y ora.
La suegra de Simón estaba con mucha fiebre… Él increpó a la fiebre, y se le pasó… Ella se puso a servirles.
Eso de increpar suena extraño en una cultura que lo desespiritualiza todo. Suena a exorcismo. Bueno es apreciar nuestra cultura; tan bueno como apreciar otras formas de entender las cosas en otras culturas. Bueno es entender que, como en el caso de la suegra de Pedro, todo don recibido es para ponerlo al servicio de los demás.
Al hacerse de día salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando…; trataban de retenerle para que no les dejara.
Es en el diálogo íntimo con Abbá, en la oración, donde Jesús encuentra la fuerza y la confirmación de sus decisiones. La gente quiere retenerle pero la libertad de Jesús es radical y no queda preso en las expectativas ni en el agradecimiento de nadie. Para Él el éxito no es un criterio para permanecer en un lugar o irse, sino que lo que le moviliza es el servicio al Reino (Papa Francisco).
Jesús no es propiedad exclusiva de nadie. Si acaso, es más de los de allí que de los de aquí; más de los de fuera que de los de dentro; más de los malos que de los buenos.
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