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18/01/2025 Sábado 1º (Mc 2, 13-17)

Los letrados del partido fariseo, viéndolo comer con pecadores y recaudadores, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come con recaudadores y pecadores?

Los buenos judíos consideraban pecadores a quienes vivían ajenos a la religión o ejercían oficios incompatibles con ella; oficios como el de los publicanos o recaudadores de impuestos, o el de las prostitutas. Son los que Jesús llama perdidos en las parábolas de la misericordia. La conducta de Jesús con estos perdidos escandaliza a los buenos judíos. Escandalizará más cuando les diga: En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan ante que vosotros al reino de Dios (Mt 21, 31).

También hoy hablamos de pecadores; y oramos por ellos. Es cierto que solemos reconocernos también a nosotros mismos como pecadores, pero somos los pecadores ‘buenos’; los otros son los pecadores malos. Carecemos del verdadero sentido de pecado. Por eso carecemos de la experiencia del perdón. Somos como el fariseo de la parábola que se creía mejor que otros. Sin experiencia de pecado no hay experiencia de perdón; no hay experiencia de Dios.

Lo escuchó Jesús y respondió: No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores.

Jesús no excluye a nadie de su mesa. Los buenos, como el hermano mayor del pródigo, no pueden comprender esto. Jesús no pone al pecador ante las tablas de la ley, sino ante la misericordia de Dios.

La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. Nos reconforta contemplar a Jesús que no excluye a nadie. Nos hace sus comensales, ofreciéndonos la salvación en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía (Papa Francisco).

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