Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres y se echan a perder odres y vino. A vino nuevo, odres nuevos.
También ayer, en el relato de las bodas de Caná, el vino tuvo su protagonismo. Para hacerlo probar, los sirvientes tuvieron que sacarlo de las viejas tinajas de piedra. Hoy Jesús nos dice que el vino nuevo del Evangelio no puede guardarse en los viejos odres de la ley.
¿Por qué los discípulos de Juan y de los fariseos ayunan y tus discípulos no?
Lo que caracteriza a los discípulos de Juan y de los fariseos, y a todos los que a lo largo de los siglos comparten esa mentalidad, es el cumplimiento riguroso de las normas religiosas. No hay vino en sus vidas; ofrecen, más bien, semblantes fúnebres. La novedad de Jesús implica olvidar los odres viejos de legalismos y ritualismos para hacernos con los odres nuevos de la misericordia y la solidaridad: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13, 35).
Los odres viejos fueron buenos cuando se hicieron. Bueno fue el Antiguo Testamento de la historia de la salvación; como bueno es el antiguo testamento que se da en la vida de toda persona. Pero llegado el momento del nuevo vino, hay que desechar los odres viejos. Si al Bautista le encantaba la austeridad, a Jesús le encanta la comensalidad.
Siempre se han dado, y siguen dándose, intentos de ser más santos que Jesús; de volver a los odres viejos. Son intentos que impactan mucho a los hombres; como impactaba la conducta austera del Bautista. Necesitamos valor y discernimiento para olvidar los odres viejos. Si no lo hacemos, nunca disfrutaremos del vino nuevo.
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