El reinado de Dios es también como un hombre que partía al extranjero; antes llamó a sus criados y les encomendó sus posesiones. A uno le dio cinco bolsas de oro, a otro dos, a otro una; a cada uno según su capacidad. Y se marchó.
En seguida los dos primeros se ponen manos a la obra: planifican, se mueven, asumen riesgos… Están empeñados en corresponder a la confianza que el amo ha puesto en ellos. Viven vidas entretenidas.
El tercero, en cambio, vive dominado por el miedo. Teme echarlo todo a perder. No confía en sí mismo. Además, teme al amo: Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no has sembrado y reúnes donde no has esparcido. Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo. Es una vida aburrida; eso sí, moralmente correcta y prolija en devociones.
La intención de Jesús es clara. No al conservadurismo; sí a la audacia y a la creatividad, basadas en la confianza. No nos quiere conformistas sino emprendedores. Quiere que aspiremos siempre, como dice a Natanael, a cosas mayores. Claro que, con el paso de los años, nos acechará a todos la tentación de no comprometernos en nada e instalarnos en una cómoda poltrona. Santa Teresa escribe: El demonio hace mucho daño haciendo que nos parezca soberbia tener grandes deseos. Es necesario tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos.
A quien mucho se le da, mucho se le exige. A nosotros se nos ha dado mucho; nada menos que el grandioso regalo de la fe. No nos dejemos engañar por el miedo, sino devolvamos confianza con confianza. La madre de Jesús encarna esta actitud de la forma más hermosa y más plena (Papa Francisco).
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