Llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios.
Los discípulos de Jesús, de entonces y de ahora, quedamos fácilmente ofuscados por honras y aplausos. Jesús pone ante nosotros un niño como maestro de vida, como paradigma de quien ya ha entrado en el reino de Dios; es decir, como ejemplo de vida feliz. Aquel niño debía ser muy niño. El rasgo que mejor caracteriza al niño pequeñito es la confianza; sus ojos reflejan el rostro del Padre del cielo. Nos hacemos como niños cuando dejamos de compararnos y de luchar por distinguirnos.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Os digo que sus ángeles en el cielo contemplan continuamente el rostro de mi Padre del cielo.
Cuando Jesús habla de uno de estos pequeños, piensa en todo ser humano vulnerable: los niños, los ancianos, los frágiles en lo físico, los pobres en lo moral, los indigentes en lo económico… Hoy celebramos a los Ángeles Custodios. Recordemos que el término ángel significa enviado. Todos somos enviados, todos somos ángeles para los más pequeños y vulnerables.
La celebración de hoy es una buena ocasión para dar gracias al Señor por tantos ángeles que Él ha puesto en el camino de mi vida; se los menciono con nombre y apellido. Ellos forman parte de mi historia personal de salvación. Ahondo también en mi conciencia de ser un ángel enviado por Dios a otras personas, como Él me lo pide: Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 16).
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