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02/12/2024 Lunes 1º de Adviento (Mt 8, 5-11)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 1 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.

¡Sorprendente y grande la fe de este hombre! Sorprendente, porque se trata de un pagano; ¡un centurión romano! Grande, porque este hombre deja entrever que, para él, el señorío de Jesús no tiene límites, ni siquiera el de la muerte. En su súplica no hay urgencias o apremios. Ni siquiera pide la presencia física: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Mucha la sencillez, mucha la discreción de la súplica; nos recuerda la de la madre de Jesús en Caná: No tienen vino. Se presenta la situación y se deja la solución en manos de quien sabe mejor cómo hacerlo.

Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: Os lo aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita.

Lo que Jesús más ansía en el cristiano es esa fe. Fe hecha confianza absoluta, como la del niño en papá o mamá. Es la confianza la que nos conduce al amor. Con la confianza el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas y el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos… La confianza, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz… Es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que solo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos (Papa Francisco).

 
 
 

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