Al dÃa siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Ahà está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Juan vio… Aquel a quien veas… Y yo lo he visto. El Evangelista Juan se prodiga en el uso del verbo ver. Lo hace también al principio de su primera carta: Lo que hemos visto con nuestros ojos... Para él, las sensaciones fÃsicas de ver, oÃr, tocar, sentir, explican bien la experiencia del encuentro con Jesús. Son sensaciones que abarcan cuerpo y espÃritu. La Palabra de Dios, con el don de la fe, hace que nuestra visión de creyentes penetre hasta la separación de alma y espÃritu, articulaciones y médula, y discierna sentimientos y pensamientos del corazón (Heb 4, 12). La visión del creyente hace desaparecer las fronteras entre lo sagrado y lo profano; hace que reconozcamos al Señor igualmente y realmente presente tanto en el hermano como en la EucaristÃa.
El pecado del mundo. Todo aquello que se opone a la Luz: pecado personal, pecado original, pecado estructural…; todo pecado. El Bautista veÃa el pecado como ofensa a Dios e increpaba al pecador; Jesús ve el pecado como lo más dañino para el hombre y se compadece del hombre. Y nos salva: ¡De balde os han salvado! (Ef 2, 5).
Mientras que en todas las religiones es el hombre quien ofrece y sacrifica algo para Dios, en el caso de Jesús es Dios quien ofrece a su Hijo para la salvación de la humanidad. Juan manifiesta su asombro y su consentimiento ante esta novedad traÃda por Jesús, a través de una expresión significativa que repetimos cada dÃa en la misa: Ahà está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Papa Francisco).