Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habÃan hecho y enseñado.
DÃas antes, habÃan sido enviados de dos en dos, dándoles poder sobre los espÃritu inmundos (Mc 6, 7). Ahora vuelven encantados y cuentan a Jesús lo bien que les ha ido. Vemos cómo Jesús, primero les escucha, para luego, en cuanto le dejan hablar, les dice: Venid aparte, a un paraje despoblado, a descansar un rato. Es que eran tanto los que iban y venÃan que no les quedaba tiempo ni para comer. Es el momento para una breve vacación y para disfrutar de la amistad. Claro que Jesús parece también un tanto preocupado por el bienestar de sus amigos; teme que el éxito les descentre y el activismo absorba su vida. Ahora, a solas, les va a recordar que fueron elegidos para, en primer lugar, convivir con Él (Mc 3, 14).
No hay mejor descanso para el discÃpulo, para todo cristiano, que estar con Él, disfrutando de su intimidad y de su palabra. Este descanso es parte esencial de la misión. Pero resulta que el plan de Jesús salta por los aires.
Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
Se habÃa mostrado solÃcito y preocupado por el bienestar de sus amigos; ahora se muestra solÃcito y preocupado por el bienestar de la gente. Este es el Jesús de la ternura y de la delicadeza. Este es el Jesús que sabe, por experiencia personal, de limitaciones, miserias y cansancios. Este es el Jesús que sabe de compasión, y que no sabe de amarguras ante el deplorable estado de la sociedad; la de entonces y la de ahora.