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03/06/2024 San Carlos Luanga y compañeros (Mc 12, 1-12)

Se puso a hablarles con parábolas: Un hombre plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre; se la arrendó a unos viñadores y se marchó.

Se puso a hablarles a los sumos sacerdotes, letrados y escribas; con ellos ha tenido un tenso intercambio. En esta parábola Jesús resume la historia de Israel y anuncia su propia muerte. Con ella Jesús denuncia la cerrazón de una religiosidad cerrada a la siempre novedosa acción de Dios. ¡Qué fácil olvidar ser servidores para ver como algo natural el ser servidos!

A Jesús le escuchan las autoridades religiosas. Trata de hacerles entender lo bajo que han caído, por no tener el corazón abierto a la palabra de Dios. ¡Este es el drama de aquella gente, pero también el nuestro! Convierten la Palabra de Dios en palabra propia, según sus intereses, sus ideologías, sus teologías; siempre a su servicio (Papa Francisco).

Pues bien, ¿qué hará el dueño de la viña? Irá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros.

Esos otros somos nosotros, el nuevo pueblo de Dios. Aunque todo parece indicar que, como el pueblo judío, también nosotros seguimos de infidelidad en infidelidad, no es así. Jesús lo ha cambiado todo; ha llevado a cabo la maravillosa obra de salvación a través del fracaso. Que aprendamos esto como lo aprendió Pablo: Por eso me complazco en mis flaquezas para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9-10). Es cuestión de mirarlo todo con los ojos de Dios. Que la cosa no consiste en nuestra mayor o menor fidelidad, sino en la absoluta fidelidad de Dios.

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