Por aquel tiempo oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús y dijo a sus cortesanos: Ése es Juan el Bautista que ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.
El Evangelista Marcos nos ofrece unas pinceladas de Herodes que hacen que casi nos reconciliemos con él: Herodes respetaba a Juan. Sabiendo que era hombre honrado y santo, lo protegía; hacía muchas cosas aconsejado por él y lo escuchaba con agrado (Mc 6, 20). Herodes no es un malvado; es un personaje de mundo, sin peso específico, a merced de los que le rodean. También Pilato entregó a Jesús para complacer a la gente.
Es una buena oportunidad para preguntarme hasta qué punto el egoísmo me hace vivir de cara a la galería, o hasta qué punto actúo olvidado de mí mismo.
El Bautista fue precursor de Jesús en la vida y en la muerte. Que si horrenda fue la muerte de Jesús en la cruz, también lo fue la del Bautista en la soledad de la cárcel.
Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.
¿Cómo reaccionó Jesús ante semejante crimen? El Evangelista nos dirá que se marchó de allí en barca, Él solo, a un paraje despoblado. No nos dice que levantase la voz contra Herodes. Necesita orar y reflexionar. Cuando me veo abrumado por la injusticia y la sinrazón, las palabras sobran. No es cosa de buscar y acusar a los responsables. Para Jesús, también para quienes le seguimos, el sufrimiento es mucho más que una prueba de virtud; es un espacio de encuentro y de revelación. La revelación del Dios de la cruz.
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