Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir.
En el capítulo anterior de Lucas, Jesús había enviado a unos pocos, a doce (la cifra de Israel); ahora envía a muchos, a setenta y dos (la cifra tradicional de las naciones paganas).
Esto es especialmente significativo para los cristianos de los viejos países de cristiandad. Antes, la labor evangelizadora era cosa de pocos, de los clérigos; ahora, esa labor es cosa de todo hombre y de toda mujer creyentes. Nuestros países han pasado a ser países de misión. Antes, casi todos éramos cristianos; ahora, casi todos no lo son. ¿Nos apena esto? Al Señor no le apena porque, como dice un refrán africano, la caña de azúcar no se come por su largura, sino por su dulzura.
El Papa Francisco quiere que la Iglesia de nuestro tiempo sea una Iglesia en salida; en salida a las periferias de la existencia donde están los más pobres y necesitados. Ya había dicho el Papa Benedicto que la Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad.
No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias.
Al Señor le preocupa más lo que no debemos llevar con nosotros que lo que debemos llevar. La misión evangelizadora es cosa de testimonio, antes que de palabras. Es necesario ser pobres de corazón y parecerlo. Sin distinciones de atuendos o de títulos. O nos distanciamos de los pobres.
Cuando el Señor envía a sus setenta y dos discípulos, los envía en pobreza. Si un discípulo está apegado a la riqueza, no es un verdadero discípulo (Papa Francisco).
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