Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos.
El cuarto Evangelio se abre con un prólogo extraordinario. Todo él sobre Jesús; el Jesús transcendente primero, y luego el histórico. Jesús, Palabra de Dios encarnada, deja atrás toda la revelación anterior y nos revela la más íntima identidad de Dios.
Después del prólogo, los Evangelios de estos días, nos muestran los movimientos de Jesús a lo largo de la primera semana de su vida pública. Hoy comienza a forjarse la vocación de los primeros discípulos. El Bautista les ha dicho a sus discípulos Andrés y Juan: Este es el Cordero de Dios. Y ellos siguen a Jesús. Jesús llama a quien quiere, pero también se deja encontrar.
Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscáis?
Es la pregunta fundamental a la que todos debemos saber responder. Quien no lo sabe, va por la vida como hoja de otoño zarandeada por el viento. La pregunta de Jesús ¿qué buscas? a un posible discípulo, se transforma en ¿a quién buscas? al discípulo consolidado (Jn 20, 15); pasa del qué al quién. Para esto es indispensable el encuentro personal con Él: Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Y su vida fue otra.
Andrés era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías.
No pueden guardar su vivencia para sí; la tienen que comunicar. Andrés se lo dice de palabra a su hermano. Juan nos lo dice por escrito a todos: Lo que hemos visto con nuestros ojos, os lo anunciamos. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).