Después salió de la sinagoga y con Santiago y Juan se dirigió a casa de Simón y Andrés.
Es sábado, el dÃa santo de la semana. Jesús acaba de liberar de un espÃritu inmundo a un hombre en la sinagoga; un espÃritu inmundo que tenÃa totalmente avasallado al pobre hombre. El caso es que tanto el hombre como el espÃritu inmundo se encuentran cómodos en la sinagoga. Pero cuando aparece Jesús se alborotan: ¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Una religiosidad legalista no hace mella en los espÃritus inmundos.
Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios.
Jesús no hace caso de si la enfermedad es fÃsica o mental. Cura a todo aquel que vive sin firmeza (in-firmus). Además, en lo posible, procura acercarse y tocar. A la suegra de Pedro, postrada por la fiebre, Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La contemplación orante de esta escena nos incentiva a tender también nosotros la mano a quien lo necesite.
Muy de madrugada, cuando todavÃa estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando.
Antes del alba Jesús se apartaba y permanecÃa solo para rezar. De allà sacaba la fuerza para cumplir su ministerio, predicando y sanando (Papa Francisco). Pero Pedro y los discÃpulos, encantados ante la enorme popularidad del Maestro, no dudan en interrumpir su oración: Todo el mundo de busca. Y quedan desorientados ante la incomprensible reacción de Jesús: Vámonos de aquà a las aldeas vecinas, para predicar también allÃ, pues a eso he venido.
El discÃpulo, el cristiano, no ha de buscar éxitos y reconocimientos, sino cumplir con su misión de hacer el bien sin mirar a quién, y sin esperar nada a cambio. El discÃpulo, el cristiano, debe evitar fabricar nidos o madrigueras en los que instalarse. Jesús es el Camino y siempre está en camino. No se deja monopolizar por nadie; ni se deja encerrar en una cultura; ni hace nidos como los pájaros, ni excava madrigueras como las zorras (Lc 9, 58).