Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros.
Hasta hace poco, las normas de la vida social en los viejos países de cristiandad eran dictadas por la institución eclesial. Quienes vivimos la realidad de aquellos años, nos extrañamos y nos indignamos hoy ante el rechazo y la persecución. Para Jesús, sin embargo, el rechazo y la persecución forman parte de la vida cristiana porque, no está el discípulo por encima de del maestro (Lc 6, 40). San Juan escribe en su primera carta: No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece (1 Jn 3, 13). Jesús llega a decir: Dichosos vosotros cuando os injurien, os persigan y os calumnien de todo por mi causa (Mt 5, 11). Nos toca aprender a asumir el rechazo como lo asumió Él.
Claro que cuando nos ponemos a identificar los rechazos y las persecuciones que más nos afectan en nuestro diario vivir, vemos que no son tanto los que provienen de fuera, sino los que provienen de dentro; de nuestros prójimos más cercanos.
El amor que Jesús propone, y que propone muy especialmente desde la cruz, no es un amor romántico, sino conflictivo; amor que hace que, a veces, sudemos sangre. Amar como Él amó no resulta placentero. Santa Teresita lo descubrió en los últimos días de su vida: Antes me dedicaba sobre todo a amar a Dios. Ahora comprendo lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y veo que no las amaba como las ama Dios. Sí, ahora comprendo que el amor perfecto consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar.
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