Después enviaron unos fariseos y herodianos para cazarle en alguna palabra.
Esto sucede mientras Jesús paseaba por el templo. Es uno de los varios interrogatorios a los que es sometido por distintos grupos religiosos o políticos: los miembros del Sanedrín sobre su autoridad, los saduceos sobre la resurrección de los muertos, los escribas sobre el mandamiento principal… Ahora son los fariseos y los herodianos; se odian entre sí, pero hoy están unidos por la común hostilidad hacia Jesús. Jesús resulta incómodo para toda persona o grupo del establishment. Le preguntan sobre el tributo al César: Maestro, nos consta que eres sincero e imparcial porque no juzgas por la apariencia de la gente, sino que enseñas con verdad el camino de Dios. ¿Es lícito pagar tributo al césar o no?
El preámbulo es halagador: Le halagaban con su boca, con su lengua le mentían (Salmo 78, 36). Es una pregunta-trampa muy premeditada. Reconocer la autoridad del César era, para un buen judío, traicionar lo más sagrado de su vida. Responder que no sería motivo suficiente para el arresto. La respuesta de Jesús nos evoca aquello de: Sencillos como palomas y cautos como serpientes (Mt 10, 16). Es una respuesta que invita al discernimiento personal: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Caemos en la cuenta de la gran actualidad de las palabras de Jesús cuando constatamos la tendencia de muchos cristianos a politizar la religión: a identificar el Evangelio con unas siglas políticas. Es aleccionador comprobar cómo Jesús siente especial antipatía hacia los grupos religiosos más ascéticos, más puros, más elitistas, más ortodoxos. Y, por otra parte, su cercanía a los considerados más deshonrosos y más impuros.
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