Subió a la barca y sus discípulos le siguieron.
Habrían preferido quedarse disfrutando del momento. La multitud rodeaba a Jesús entusiasmada porque había curado a muchos enfermos. Incluso hubo quien se había acercado dispuesto a seguirle adondequiera que vayas (v 19). Pero Jesús decide marcharse y ellos, contrariados, le siguen. Todo esto sucede al atardecer.
De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido.
Lo están pasando mal; tratan desesperadamente de mantener la barca a flote. Mientras fuerzas destructoras campan a sus anchas, Jesús duerme. La imagen refleja muy acertadamente algunas situaciones límite que nos toca afrontar en algunos momentos de la vida a nivel personal, familiar, social o eclesial.
Acercándose ellos le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Díceles: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
No se incorpora; responde recostado en el fondo de la barca. Nos hace evocar las palabras del salmo: Tú afirmas los montes con tu fuerza, ceñido de potencia; tú acallas el estruendo de los mares, el estruendo de las olas (Salmo 65, 7-8). La tempestad no le preocupa; le preocupa la poca fe de los discípulos. Está demostrando su señorío sobre las fuerzas de la naturaleza.
La fe, la confianza, hace con los miedos lo que el viento con las hojas secas: se los lleva por delante. Por eso necesitamos alimentar la fe, la confianza, para poder, también nosotros, dormir tranquilos en medio de cualquier tempestad. Alimentémonos de Evangelio.
Aquellos discípulos, con una fe-confianza más sólida, se habrían dicho unos a otros: No nos preocupemos. Dejémosle dormir tranquilo. No va a pasar nada. Si nos hundimos, nos hundimos todos. Y eso no puede suceder.
Yorumlar