Después de Nazaret, su nueva residencia es la casa de Pedro, en Cafarnaún. Han visitado la región pagana de Gadara. Ha sido una visita breve. Allí ha liberado de sus demonios a dos hombres que eran el terror de la gente. Pero ha sido a costa de una piara de cerdos. En una sociedad pagana, los animales son más apreciados que las personas; los lugareños piden a Jesús que se vaya, que les deje tranquilos con sus animales. Y Jesús se va: Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad.
La gente sencilla le recibe con brazos abiertos, y le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados.
Son muchas las razones que pueden paralizarnos o bloquearnos; las más serias son de tipo psicológico o moral. Basta con presentarnos ante el Señor con verdad, tal como somos, para que Él nos libere.
Viendo la fe de ellos. O sea que mi fe es aplicable a mis prójimos; mi fe, hecha oración, es tan poderosa como el mismo Jesús: Os aseguro que el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún (Jn 14, 12).
Tus pecados te son perdonados. O sea que el perdón es gratuito. Aquel pobre paralítico, como la oveja perdida de la parábola, es incapaz de dar ningún paso por su cuenta, ni examen, ni arrepentimiento…; nada de nada. Es una buena imagen de la preciosa joya que llamamos gratuidad. Es que la gracia que puede merecerse, ya no es gracia. Solo el perdón, el de Dios hacia nosotros y el nuestro hacia los demás, nos sitúa en la órbita de la gratuidad.
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