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04/10/2020 Domingo 27 (Mt 21, 33-43)

Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó.

Es la parábola de los viñadores criminales. Jesús la dice pensando en los dirigentes del pueblo judío: los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Pero cometeríamos un error entendiendo la parábola como una invitación a condenar sin remisión al pueblo judío. San Pablo, fariseo antes de su conversión, lo entiende más bien como una invitación al agradecimiento: ¿Es que han tropezado para quedar caídos? ¡De ningún modo! Sino que su tropiezo ha traído la salvación a los gentiles (Rm 11, 11).

La rebeldía judía es provisional; forma parte del designio de Dios para la salvación de todos, judíos y no judíos. Al fin y al cabo, todos somos rebeldes. Porque Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32).

Por otra parte, según la parábola, resulta hasta comprensible que el pueblo judío se descarriase; el dueño de la viña les dejó solos. La parábola dice que el dueño se ausentó. Su ausencia hizo que perdieran de vista fácilmente el mandato recibido del dueño de la viña.

Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.

En nuestro caso no es comprensible perder de vista el mandato del dueño de la viña. Primero, porque Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Y segundo, porque su mandato es sencillo y claro: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Nada más que eso; y nada menos. Los viñadores de hoy no podemos perdernos, como los viñadores de entonces, en la escrupulosa observancia de tantos ritos y normas; nuestros buenos frutos consisten en la fidelidad al mandamiento del señor.

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