04/11/2025 San Carlos Borromeo (Lc 14, 15-24)
- Angel Santesteban

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Un hombre daba un gran banquete, al que invitó a muchos.
Es sábado. Jesús está sentado a la mesa en casa de un jefe de fariseos (Lc 14, 1). Uno de los comensales le dice: ¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios! Jesús le responde con esta parábola del gran banquete. Le gusta a Jesús comparar el Reino con un banquete. En el Reino, como en el banquete, se respiran aires de fiesta y de buena armonía.
Pero este gran banquete parece destinado al fracaso porque los invitados, todos a una, empezaron a excusarse. Entonces aquel hombre toma una decisión increíble y dice al criado: Sal a los caminos y veredas y oblígalos a entrar hasta que se llene mi casa. Ya no se aceptan excusas porque, como dice san Pablo, os han comprado pagando un gran precio (1 Cor 6, 20); y también: somos justificados por el don de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús (Rm 3, 24).
La sala del banquete se llena de gente. También de pobres y lisiados, ciegos y cojos. No es necesario ningún requisito para entrar. ¡Esto es algo revolucionario! Este Jesús nos deja pasmados con su irracionalidad. Si esto no apareciese en el Evangelio nos podría parecer escandalosamente herético. Pero así es. Ya no tenemos que empeñarnos en conseguir la victoria porque ya nos la ha conseguido Él: en la cruz. Lo nuestro es aceptar agradecidos tal derroche de gracia.
Nos parece escuchar el eco de aquellas palabras de Jesús: Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). O las de Pablo: Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32).
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