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04/12/2024 Miércoles 1º de Adviento (Mt 15, 29-37)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 3 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí.

Subió al monte. Resuenan los ecos de aquel monte de la salvación del profeta Isaías: El Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos en este monte, un festín de manjares suculentos… Aniquilará la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros (Is 25, 6-8).

 

Se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos ciegos, tullidos, mudos y otros muchos enfermos.

¡Cuántas veces vemos a Jesús rodeado de lo que podríamos llamar desechos sociales! Nosotros solemos sentirnos incómodos ante ellos. Hoy Jesús se movería más a gusto en los barrios periféricos de nuestras ciudades, que en nuestras más elegantes avenidas.

 

Siento compasión de la gente porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer.

Vemos a Jesús preocupado ante las penurias de la gente. Quienes nos declaramos seguidores suyos no podemos pasar indiferentes ante los sufrimientos o necesidades de los prójimos. Sabemos que lo que podemos hacer es poco, muy poco. No tenemos más que, siete panes y algunos peces. Pero, ¿qué es eso ante tanta necesidad? Jesús nos está diciendo que cuando ponemos en sus manos lo poco que tenemos, Él se encarga de lo demás.

 

Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos.

Comenta el Papa Francisco: Es curioso que en los relatos de la multiplicación de los panes no aparezca nunca el verbo multiplicar. Los verbos utilizados son partir, dar, distribuir. El verdadero milagro no es la multiplicación que produce orgullo y poder, sino la división, el compartir, que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios.

 
 
 

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