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05/04/2025 Sábado 5º de Cuaresma (Jn 7, 40-53)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 4 abr
  • 2 Min. de lectura

La gente andaba dividida a causa de Él.

Unos piensan que es el Mesías, otros que un profeta, otros no saben a qué atenerse: ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? Los guardias enviados para arrestarle, vuelven de vacío porque, jamás hombre alguno ha hablado como este hombre. Entre los dirigentes religiosos hay uno que intenta defender a Jesús: ¿Acaso nuestra ley condena a alguien sin haberle oído antes y haber comprobado lo que ha hecho?

Es comprensible que la gente no sepa a qué atenerse. Eso de aceptar que un hombre de carne y hueso sea Dios y hombre al mismo tiempo, es absurdo para la razón. Entonces, ¿por qué algunos aceptamos con tanta naturalidad que Jesús, el hijo de María, es hombre y es Dios? Por una razón tan sencilla como misteriosa: nos ha sido dado de lo alto. Lo dice el mismo Jesús: nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede (Jn 6, 65).

Los grandes creyentes lo han entendido muy bien. Como Pablo que, de perseguidor acérrimo de lo cristiano, se convirtió en su apóstol más entusiasta: No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2, 2).  Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Ga 4, 4). Para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo (2 Cor 4, 6).

El Evangelio de hoy concluye diciéndonos que las autoridades religiosas, los que pretenden deshacerse de Jesús, se volvieron cada uno a su casa. Con sus puertas bien cerradas y con sus murallas bien atendidas por atentos centinelas; no pueden permitir que ninguna novedad altere lo consagrado por siglos de venerable tradición.

 
 
 

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