Como el Padre me amó, así yo os he amado; permaneced en mi amor.
Durante esta última etapa del tiempo pascual, Jesús nos invita con insistencia a poner en el centro de nuestra vida lo más fundamental de la religión cristiana: el amor. Hay otras muchas cosas que son buenas y santas, pero que no son fundamentales; como la doctrina, como la misa del domingo, como las devociones… Todo eso pasa a segundo plano. Lo que de verdad importa es el amor. Al atardecer de la vida se nos examinará del amor; de nada más.
El Papa Francisco nos dice que amar como ama el Señor quiere decir apreciar a la persona que está a nuestro lado y respetar su libertad, amarla como es, no como nosotros queremos que sea; amarla gratuitamente.
Quizá nos escandalizamos cuando recorremos la historia y vemos cómo los cristianos hemos llegado a matar en nombre de Dios: que si las cruzadas, que si la inquisición, que si los conquistadores… Hoy seguimos haciendo lo mismo, pero a nivel personal. Porque cuando, en nombre de la verdad, yo hiero a mis prójimos con reproches duros o con murmuraciones, estoy matando; aunque lo que digo sea cierto.
La señal de identidad del cristiano no son ni los sacramentos ni la misa del domingo. Jesús nos dice con toda claridad cuál es nuestra verdadera señal de identidad: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13, 35).
Cuando los humanos hablamos del amor, solemos pensar en el amor romántico de los enamorados. Cuando Jesús habla del amor, no piensa en el amor romántico, sino en el amor como el suyo que llega hasta el extremo de la cruz; un amor que no tiene nada de placentero. Y nos dice que tenemos que amar como Él nos ha amado: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Apliquémonos la lección, cada uno en su particular circunstancia.
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