Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.
La parábola concluye así: Intentaron arrestarlo, porque comprendieron que la parábola era para ellos. Jesús, que ha expulsado a los vendedores del templo y ha maldecido la higuera sin higos, arremete ahora contra los dirigentes de la religión judía por su afán de control y de dominio.
Pero es una parábola también para nosotros; siempre de gran actualidad. Porque de puertas afuera tiene mucho que decir a la mentalidad pagana de hoy que proclama, por ejemplo, que el cuerpo y la vida son míos y hago con ellos lo que se me antoja. Y porque de puertas adentro nos puede avergonzar mostrándonos lo enredados que estamos todavía con estructuras y floripondios de poder en la Iglesia, lejos del camino evangélico de la sencillez y del servicio. Además, y ahora de manera más personal, la parábola puede hacerme ver la excesiva atención que pongo en el cuidado de mi fachada; en eso que Teresa de Ávila llama la negra honra.
La arrendó a unos labradores. Todo lo que soy y tengo es arrendado; nada es mío. El todo y la nada; la nada y el todo. Los extremos se tocan: Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo. Para venir del todo al todo, has de dejarte del todo en todo. Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer (San Juan de la Cruz).
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