Cuando se iba de allí vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos. Le dijo: Sígueme. Él se levantó y le siguió.
Marcos y Lucas le llaman Leví. El primer Evangelio prefiere el nombre de Mateo (Don-de-Dios en hebreo). La llamada de Jesús a Mateo sorprende a todos. Los recaudadores de impuestos, o publicanos, gozaban de muy mala fama en la sociedad judía. Y, sin embargo, Jesús llama a uno de ellos sin pedir arrepentimiento alguno. A los mismos discípulos les cuesta digerir la sorpresa. No digamos a los fariseos; ellos expresan su discrepancia a los discípulos al ver a Jesús sentado a la mesa con un grupo de publicanos: ¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Estos fariseos representan a quienes anhelan una Iglesia de perfectos y se rasgan las vestiduras ante los pecados ajenos. Representan a quienes ponen la institución y la ley por encima de la misericordia. Representan a los moralmente correctos que se sienten en paz con Dios, pero llevan piedras para arrojarlas a los pecadores.
Id a aprender lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios. No vine a llamar a justos, sino a pecadores.
Muy oportunas estas palabras de Jesús, muy especialmente en estos días en que tantos son acusados, con razón o sin ella, de haber cometido abusos en el pasado. La misericordia y el perdón han de estar por encima de todo: La misericordia se siente superior al juicio (Sant 2, 13).
Estamos llamados a vivir en misericordia, porque a nosotros se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso. El perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón (Papa Francisco).
Comments