Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.
Al atardecer. Cuando se entera de la muerte del Bautista, Jesús siente la necesidad de un tiempo de silencio y reflexión; y se retira con los discípulos a un lugar solitario. Pero la gente le sigue. Él, sin muestras de contrariedad, siente compasión de ellos y cura muchos enfermos. Marcos añade que se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6, 34).
Cuando el día llega a su fin, los discípulos se ponen nerviosos: tanta gente sin probar bocado todo el día y Jesús que parece no enterarse. Así que se acercan a Él, no para preguntarle qué se puede hacer, sino para aconsejarle lo que se debe hacer: Despide a la gente. No se les ocurre otra cosa. Es la lógica humana. No han aprendido todavía la lógica de Jesús.
Mas Jesús les dijo: No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.
Es la invitación que todos escuchamos a diario al rezar el Padrenuestro: Danos hoy nuestro pan de cada día. El mensaje es claro. Tengamos poco o mucho, si lo compartimos, será suficiente para todos. Los discípulos le presentan los cinco panes y los dos peces de que disponen. Él los bendice y, partiéndolos, dio los panes a los discípulos y los discípulos a la gente. El pasaje tiene fuerte sabor eucarístico. Como dice el Papa Francisco, vivir la comunión con Cristo es otra cosa distinta a permanecer pasivos y ajenos a la vida cotidiana; por el contrario, nos introduce cada vez más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
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