La celebración de las Témporas es muy antigua. Tenía lugar cuatro veces al año para santificar las cuatro estaciones con el ayuno, la penitencia, la acción de gracias y la petición. Actualmente las celebramos solamente una vez. Esta liturgia nos invita a la alabanza agradecida a Dios por todos sus dones, pidiendo, como dice el salmo que Él haga prósperas las obras de nuestras manos (Salmo 90, 17).
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?
El papá o la mamá saben bien, mejor que el niño, lo que su hijo necesita. Sin embargo, les gusta que el niño se lo pida; que se lo pida desde la seguridad de su confianza en ellos. Les gusta también que, cuando el niño crezca un poco, aprenda a ser agradecido. El caso es que haya comunicación cordial desde el niño, aunque ellos sepan lo que su hijo va a decir antes de que abra la boca.
Toda comunicación con Abbá es oración: petición, alabanza, agradecimiento, contemplación… En nuestra interioridad, en la Escritura, en la Eucaristía, en los prójimos, en la naturaleza…
En este día en que celebramos las Témporas, la Iglesia nos invita a cultivar la acción de gracias. Agradecer aumenta nuestra confianza en la vida y nos hace más sensibles a la bondad que nos rodea en medio de un mundo quebrado por la injusticia y la violencia. Agradecer requiere dejarnos sorprender por lo que no esperamos, acoger la visita de Dios en tantos imprevistos cotidianos, y contemplar la vida con confianza y apertura (Papa Francisco).
Gracias, Señor, porque somos criaturas en tus manos y tu cuidado e incondicionalidad siempre nos alcanza.
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