Algunos lugares de nuestra Universal Iglesia celebran hoy la liturgia de las Témporas de Acción de Gracias y Petición. Tiene que ver con las cosechas; por tanto, con el hemisferio norte. Pero a todos nos viene bien una celebración de acción de gracias y petición; transcienden dóndes y cuándos.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?
La acción de gracias brota espontánea en el corazón de quien vive intensamente la filiación divina. No saber de gratitud, es no saber de identidad. La acción de gracias brota espontánea en el corazón de María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. La acción de gracias y la alabanza brotan espontáneas en quien entiende lo que Pablo nos dice hoy: En Cristo Dios estaba reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación (2 Cor 5, 19).
Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Pedimos como pide un niño: exigiendo, creyéndose acreedor a todo. Sabe, sin ser consciente de ello, que Papá-Mamá-Dios se siente obligado a darle todo. Contemplando al niño que pide, comprendemos que la vida cristiana no es tanto cosa de virtudes y perfecciones, sino de dones y gratitudes.
La confianza más absoluta ocupa el centro de la vida y del mensaje de Jesús. Así lo vivió, por ejemplo, Teresita: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré. Ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento y amor.
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