Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él dará testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Acaba de decir a Pedro que le negará tres veces antes de que cante el gallo (Jn 13, 38). Enseguida les va a decir a todos ellos, tan torpes y tan cobardes, que ha llegado la hora en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo (Jn 16, 32). No se lo reprocha; tampoco lo dice con amargura. Con la misma sencillez y convicción les anuncia que todos ellos serán sus testigos. Lo serán hasta los confines del mundo; lo serán hasta el derramamiento de sangre. Maravillas del Espíritu en los discípulos. En todos: en los de ayer y en los de hoy.
Pero no es posible ser testigo sin la experiencia personal. Y lo mismo que no es posible aprender a nadar sin lanzarse al agua, tampoco es posible tener la experiencia personal de Jesús sin encontrarle en los Evangelios. No es suficiente con el catecismo aprendido de niños, ni con la Eucaristía de los domingos. Podríamos ser piadosos y santos, y tener un desconocimiento garrafal de Jesús.
A santa Teresa de Ávila le daban pena los cristianos que prescindían del Jesús de carne y hueso, y preferían quedarse con un Jesús etéreo, incorporal: No me parece bien el no procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre la sacratísima Humanidad del Señor. Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano. Querernos hacernos ángeles estando en la tierra es desatino. Hemos de entrar por esta puerta de la Humanidad de Jesús si queremos que Dios nos muestre sus grandes secretos.
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