Poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
Es sábado. A la puesta del sol, le traen muchos enfermos aquejados de dolencias del cuerpo y del espíritu. Antes, al salir de la sinagoga y apremiado por los ruegos de sus discípulos, ha curado a la suegra de Pedro que estaba en cama con mucha fiebre.
Los gestos de Jesús, por la mañana inclinándose sobre la suegra de Pedro y por la tarde poniendo las manos sobre cada uno de ellos, son una encantadora descripción de lo que está supuesta a ser la vida cristiana; son una buena ilustración del como yo os he amado. Nuestra misión, como la suya, es dar vida en abundancia, aliviando sufrimientos y sanando heridas.
No podemos quedar satisfechos orando a distancia por los que están en las cárceles o se juegan la vida en pateras. Tenemos que encontrar la manera de acercarnos a ellos, de inclinarnos, de tocar. No podemos desentendernos diciendo que no podemos hacer nada; siempre es posible hacer algo. ¿Qué se puede hacer? Lo primero, consultarlo con el Señor; Él lo hacía a diario.
Al hacerse de día salió y se fue a un lugar solitario.
Para poder vivir el día inclinados hacia los demás, es necesario comenzar el día alzados hacia Dios; o pronto nos vemos invadidos por la artritis y acabamos encorvados sobre nosotros mismos. Vivir para servir y para procurar a los demás la vida en abundancia implica vivir intensamente unos momentos de relación personal con el Señor, ya que separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15, 6), y ya que el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún (Jn 14, 12).
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