Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los fariseos, pero los tuyos no se privan de comer y beber.
Fariseos y escribas critican a Jesús por no vivir la religión con mayor seriedad. Poco antes se lo han recriminado a los discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?
Este fue el origen de grandes tensiones en la Iglesia primitiva. Hubo muchos, especialmente entre cristianos judíos, que pretendieron corregir el Evangelio de Jesús. Pablo luchó enérgicamente contra ellos; escribe a los gálatas: Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio (Ga 1, 6). Y a los corintios: Si se presenta uno anunciando un Jesús que yo no anuncié…, o una Buena Noticia diversa de la que habíais aceptado, lo aguantáis tan tranquilos (2 Cor 11, 4).
¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?
A aquellos bienintencionados cristianos judíos les resultó difícil aceptar sin reservas el Evangelio tan permisivo y liberal de Jesús. Y así sigue siendo hasta el día de hoy. Lo vemos en algunos movimientos cristianos que gustan de disciplinas cuasimilitares y de austeridades severas. Pretenden aguar el vino; pretenden conservar el vino nuevo en odres viejos. Cosa que no puede ser: a vino nuevo, odres nuevos.
Jesús compara la vida cristiana con una fiesta de bodas. La alegría y la libertad de los hijos de Dios no deben faltar. El Evangelio, dice el Papa Francisco, es novedad, el Evangelio es fiesta. Y solamente se puede vivir plenamente el Evangelio en un corazón gozoso y en un corazón renovado.
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