Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
Jesús ha tenido una larga discusión con los fariseos. Ellos creen y enseñan que la observancia de leyes y tradiciones mantiene limpio el corazón del hombre; y que el corazón del hombre se ensucia por contacto con cosas o personas impuras. AsÃ, con tanta atención a lo exterior, distorsionan lo religioso; se creen correctos, aunque su corazón está lejos de Dios.
Jesús pide a sus discÃpulos atención a lo interior, porque lo que sale de dentro, eso sà mancha al hombre. San Pablo nos ofrece una lista de cosas que salen de dentro y nos manchan: fornicación, indecencia, desenfreno, idolatrÃa, hechicerÃa, enemistades, reyertas, envidia, cólera, ambición, discordias, facciones, celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes (Gal 5, 19-21). Jesús no comparte la mentalidad de su tiempo que diferenciaba netamente entre lo puro y lo impuro; y entre lo sagrado y lo profano. La limpieza del corazón no se consigue manteniéndose en el ámbito de lo sagrado evitando lo profano. Pablo experimenta la realidad del pecado en su propia carne y, a pesar de su fuerte adhesión a Jesús, se ve vendido al poder del pecado (Rm 7, 14). Pero Pablo experimenta también la suprema realidad de la misericordia de Dios y se recrea constatando que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20).
Por eso que, si la realidad de mi pecado me ayuda a descubrir la realidad de la misericordia de Dios, ¡bendito pecado! Un mÃstico medieval escribe: Dios soporta todo mal, todo lo que puedas cometer, con tal de hallar la ocasión de convencerte de su amor; lo cual suele ocurrir después del pecado (Maestro Eckhart).