Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban…
Ayer eran los fariseos y los herodianos: trataron de ponerle en un aprieto con el asunto del tributo al César. Hoy son los saduceos: pretenden mofarse de Él a propósito de la resurrección de los muertos. Es que el pueblo judío asumió la fe en la resurrección de los muertos muy al final del Antiguo Testamento. El grupo de los saduceos, muy conservador, se atenía a lo de siempre; no aceptaban la evolución de la fe. Unos pocos años después de aparecer el Evangelio de Marcos, Lucas escribió el libro de los Hechos de los Apóstoles; ahí vemos a Pablo enfrentado a los saduceos sobre el mismo asunto de la resurrección (Hechos 23, 6-10).
No es un Dios de muertos, sino de vivos. Andáis muy descaminados.
Muy descaminados porque, en primer lugar, privan del cielo a la mitad de la humanidad, ya que hacen de la mujer una propiedad del marido. Si hay resurrección, las relaciones humanas deben cambiar radicalmente; comenzando por el matrimonio.
Muy descaminados, sobre todo y ante todo, porque el amor de Dios por todos y cada uno de nosotros, amor llevado hasta el extremo, lleva consigo una exigencia de eternidad: No es un Dios de muertos, sino de vivos.
Nos dice el Papa Francisco: La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.
Nos dice san Pablo: Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman (1 Cor 2, 9).
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