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07/10/2020 Nuestra Señora del Rosario (Lc 11, 1-4)

Estaba Él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.

El ejemplo impacta más que las palabras. Jesús habla poco a sus discípulos sobre la oración, pero ellos ven cómo Él se retira todas las mañanas temprano a un lugar solitario para orar. Uno de los discípulos que le observa a distancia queda tan admirado que, cuando Jesús concluye su oración, le pide que les enseñe a orar.

Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre…

Padre. No es un título honorífico. A Jesús no le gustan los títulos grandilocuentes que distancian a Dios de los hombres o a los hombres entre sí mismos. La palabra PADRE es el fundamento de la oración cristiana; nos pone en presencia del Dios-Amor, del Dios-Trinidad, con confianza filial. Orando así, ya estamos dentro del Reino de los Cielos: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3).

El Padrenuestro inyecta en nosotros la confianza en Abbá que dominó la vida de Jesús; gracias a esa confianza obtenemos lo necesario para vivir bien: la paz, el perdón, el poder sobre la tentación…

El Padrenuestro, más que un rezo, es una actitud de corazón que nos hace situarnos en las manos de Dios abandonándonos en su confianza y comprometiéndonos con Él en el trabajo por el Reino en nuestros ambientes. Dios es Abbá, todo cuidado y misericordia. Experimentarlo de este modo nos hace conscientes de que no somos hijas e hijos únicos, sino que la experiencia de filiación va unida a la de la fraternidad y por eso solo podemos dirigirnos a Él como nuestro (Papa Francisco).

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