No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo.
Los setenta y dos discípulos han vuelto muy contentos de su primera misión: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. La fe es un inmenso poder en manos del creyente. Con ella, todo lo mejor es posible; lo mismo que con el miedo, todo lo peor es posible.
Jesús escucha a sus discípulos y se alegra con ellos, pero les pide que dependan menos de las circunstancias y estados de ánimo del momento presente; que mejor tener como punto de referencia el futuro. Es que los puntos de referencia de la fe y de la esperanza son más firmes que los de la razón o los sentidos.
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y se las has manifestado a los sencillos.
El punto de referencia de Jesús es el Padre-Abbá. Se encuentra con Él en lo más profundo de su ser porque: Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 30). Y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Jesús se lo revela a unos pocos: a sus discípulos.
Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.
Los discípulos no le entendieron en aquel momento. No eran conscientes del gran privilegio que se les concedía. Lo serán en Pentecostés, cuando los habitantes de Jerusalén piensen que están borrachos (Hechos 2, 13).
Una vida vivida en la gratitud y la alabanza es la señal más evidente en quien ha sido privilegiado con el conocimiento de estas cosas.
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