Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
Se trata de un doctor de la ley. Antes había preguntado: ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Es un hombre instruido, piadoso, cumplidor de la ley. Se acerca a Jesús con una idea mercantilista de la salvación, idea común en la religión judía. Por desgracia, esta idea mercantilista de la salvación continúa demasiado presente entre quienes estamos supuestos a vivir empapados de la Buena Noticia de Jesús.
Aquel doctor de la ley tiene, además, una idea muy limitada del prójimo; quiere que Jesús le diga a quién tiene que amar y a quién no. No ha descubierto los horizontes ilimitados del Evangelio de la gratuidad.
Lo mismo un levita, llegó al lugar; lo vio y pasó de largo.
El sacerdote y el levita están ocupados con las tareas de la liturgia del templo. No piensan que el suyo pueda ser un culto vacío de contenido ya que no les ayuda a descubrir la voluntad de Dios que apunta al malherido y no al templo. Es un culto desagradable a Dios: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí (Mt 15, 8).
Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión.
Hoy, en lugar de hablar de un samaritano, podríamos hablar de un musulmán. Los cristianos piadosos caemos fácilmente en la trampa de centrar la atención en el culto. Jesús dinamita esta trampa tratando de que centremos la atención en el prójimo.
Contemplando al samaritano arrodillado junto al malherido contemplamos a Jesús. Él es el verdadero Buen Samaritano que nos pide atender a todo malherido que encontremos a la vera de nuestro camino.
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