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07/11/2020 Sábado 31 (Lc 16, 9-15)

No podéis servir a Dios y al dinero.

Hemos sido educados en una moralidad tan preocupada por los pecados de la carne que ha descuidado los del egoísmo y la ausencia de compasión. Exactamente lo opuesto de lo que vemos en el Evangelio. Jesús habla mucho del quinto mandamiento y poco del sexto; fue más comprensivo y benigno ante el pecado sexual que ante el pecado de apego al dinero.

Pero es que, además, estamos contaminados por los valores de nuestra sociedad, que son los del capitalismo neoliberal; valores opuestos frontalmente a los del Evangelio. El dinero es frío y duro; sin corazón, sin compasión.

El que es fiel en lo insignificante, lo es también en lo importante.

Lo insignificante y lo significativo; lo grande y lo pequeño; lo sagrado y lo profano… Todas estas distinciones van perdiendo significado según aumenta en nosotros la fuerza de la presencia del Espíritu de Jesús. Porque entonces nos centramos en lo único necesario, en Él. Y Él puede manifestarse lo mismo en lo pequeño que en lo grande.

Lo de insignificante se refiere a los bienes materiales. Pero podemos hacer de esa insignificancia el ídolo de nuestras vidas. Los fariseos creían que una vida de piedad era compatible con el apego al dinero: No podéis servir a Dios y al dinero. El dinero ciega y embrutece. Quien cae en su pegajosa telaraña, por mucho que multiplique los ejercicios de piedad, no tendrá espacio en su corazón ni para Dios ni para sus prójimos.

Si Dios es solidaridad y justicia, la acumulación de riquezas y la avaricia del dinero son contrarias a Él. Solo mediante el compartir, la solidaridad y la justicia con ellos y ellas, el dinero puede ser redimido (Papa Francisco).

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