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18/09/2024 Miércoles 24 (Lc 7, 31-35)

Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo.

Es una parábola tan breve como llena de frustración. Jesús no encuentra la manera de deshacer la coraza con la que los hombres de esta generación se protegen. Convencidos de estar en posesión de la verdad y de llevar una vida perfectamente correcta, no sienten necesidad de nada ni de nadie. ¡Tan llenos de sí mismos y tan vacíos de Dios!

Pero también hoy podemos pertenecer a los hombres de esta generación. Contagiados con el virus del legalismo, o acartonados por el automatismo de la edad, podemos acabar viviendo enroscados en torno a nosotros mismos, distanciados de los prójimos. Quizá muy centrados en cosas que tienen poco que ver con lo nuclear del Evangelio. ¿Qué sacamos con ser perfectos si no practicamos el mandamiento del amor?

La clase religiosa dirigente del tiempo de Jesús estaba dominada por la cerrazón y la negatividad: Vino Juan Bautista que ni comía ni bebía y dijisteis que tenía un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y qué borracho.

El Bautista predicaba de palabra y de obra el ascetismo y la austeridad. El pueblo le admira pero la clase dirigente le cuelga el sambenito de endemoniado.

Jesús practicaba con todos la convivialidad y la comensalidad. A Él le cuelgan el sambenito de vividor y amigo de pecadores, mientras el pueblo llano le admira. Le llaman amigo de pecadores. A Jesús este mote le sabe más a piropo que a insulto.

La parábola de hoy es una invitación a reflexionar sobre la presencia mayor o menor en mí mismo de ese espíritu de crítica, de negatividad, de cerrazón a lo novedoso, de distanciamiento con los prójimos.

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