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08/05/2025 Jueves 3º de Pascua (Jn 6, 44-51)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae.

Palabras que nos recuerdan las dirigidas a Pedro cuando éste proclama a Jesús como Cristo e Hijo del Dios vivo: Dichoso tú, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17).

Todo el que me da el Padre vendrá a mí.

Evidentemente, no es creyente quien quiere serlo, sino quien quiere el Padre. Siendo uno Padre e Hijo (Jn 17, 22) Jesús dice: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros (Jn 15, 16). Por eso que a nosotros creyentes corresponde vivir en actitud permanente de agradecimiento por el privilegio de la fe, porque creemos en el Amor manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Es un error vivir apesadumbrados porque son muchos los que no creen; eso es cosa del Señor. Nosotros, los atraídos por el Padre, permanecemos en Jesús como sarmientos en la vid. Y como María en Caná, hacemos que el mundo disfrute del mejor de los vinos sin que se den cuenta de dónde procede.

 

Si uno come de este pan vivirá para siempre.

Este es un pan especial, porque no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que el pan nos asimila a nosotros. Lo hace sin prisa y sin pausa. Lo hace poco a poco hasta que, como Pablo, dejamos de vivir para nosotros mismos: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20).

 
 
 

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