Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
A Jesús le gusta hacer preguntas. Ninguna tan importante como ésta que dirige a sus discípulos; a todos ellos, los de entonces y los de ahora. Como es una pregunta comprometida, ha preparado el terreno haciendo una pregunta impersonal sobre lo que la gente dice sobre Él; todos se han apresurado a responder. Ahora, ante pregunta tan personal, guardan silencio. Solamente Pedro se anima a responder: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Pedro no sabe lo que dice. Nadie, tampoco sus discípulos, sabían en aquel momento quién era Jesús. De hecho, el mismo Pedro, se va a enfrentar a continuación a Jesús cuando éste anuncie su pasión. Y si antes había oído un: Dichoso tú, Simón, ahora oye un: Aléjate, Satanás.
Éste es el discípulo sobre el que Jesús decide edificar su Iglesia. A pesar de tantos pesares, Jesús no le retira su confianza. El Señor deja en manos de la fragilidad humana su obra de salvación. ¡Cuánto tenemos que aprender de este Jesús tan ajeno al perfeccionismo y tan dado a conceder a los demás la libertad de equivocarse!
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Para dar al Señor la respuesta que Él busca en nosotros, será bueno buscar inspiración en las respuestas tan personales como pasionales de los grandes creyentes. Como la de san Pablo: Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás (Rm 10, 9). O la de san Juan: ¡Es el Señor! (Jn 21, 7). Es el Señor del universo, es el Señor de la historia, es el Señor de mi vida.
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