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08/11/2024 Viernes 31 (Lc 16, 1-8)

El amo alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado.

Jesús dirige la parábola no a la gente en general, sino a los discípulos. Sabe que en el aire revolotean vampiros que disfrutan con la sangre de los buenos, y anestesian su vitalidad. Unos se llaman rutina, otros resignación, otros inmovilismo…

Comenzamos a adquirir la inmunidad ante estos vampiros del espíritu cuando, como el administrador deshonesto, nos detenemos a pensar. Aquel hombre se enfrentó a la adversidad, sin ceder a la tentación de la lamentación; tampoco permitió ser adormecido por la resignación. Los verdaderos seguidores de Jesús estamos llamados a ser buenos, pero no tontos: Sed astutos como como las serpientes, y sencillos como las palomas (Mt 10, 16). Jesús nos quiere sencillos, pero también imaginativos y audaces. La mejor escuela para aprender la astucia y la sencillez es el Evangelio.

¿Quién más astuto que un niño? Sin ser consciente de ello, sabe explotar como nadie su debilidad en beneficio propio. Eso es precisamente lo que nos pide Jesús: Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18, 3).

Santa Teresita dice: Hasta en las casas de los pobres se da al niño todo lo que necesita. Pero en cuanto se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarlo y le dice: Ahora trabaja, ya puedes arreglártelas por tu cuenta. Precisamente por no oír eso, yo no he querido hacerme mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del cielo. Así que seguí siendo pequeñita, sin atribuirme nada a mí misma, sin desanimarme ante las propias faltas; los niños se caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño.

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