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08/12/2020 La Inmaculada Concepción (Lc 1, 26-38)

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

La primera lectura de esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre de Jesús nos habla de Eva como la mujer que llevó a Adán al pecado y a la expulsión del paraíso. El relato concluye con la maldición a la serpiente y la gran promesa: Pongo hostilidad entre ti y la mujer…; ella te aplastará la cabeza… Esta fiesta celebra el comienzo de ese aplastamiento, porque la Inmaculada Madre de Jesús nos da el fruto de sus entrañas, el Salvador que nos abre las puertas del paraíso.

Además, esta fiesta nos da la enorme satisfacción de saber que es posible ser humano y ser totalmente limpio. Cosa de Dios, claro está. Todo es cosa de Dios. En verdad, ella es la suprema gloria de nuestra raza (Jdt 15, 9). Lo que el Señor hizo con ella de forma gratuita al comienzo de su existencia, lo hará con nosotros al final de la nuestra. El pecado no pertenece a la esencia del ser humano. Todos estamos destinados a ser lo que ella es. Ella desde el principio, nosotros al final.

Es muy oportuno celebrar esta fiesta durante el Adviento. Poner los ojos en ella para aprender a abrirnos a las novedades que el Señor nos depara cuando menos lo pensamos. Aprender a confiar aunque no entendamos lo que se nos pide. Así se hace posible lo que parece imposible.

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

María es llena de gracia porque la Palabra encontró hueco en ella para habitarla. Para ello tuvo que desalojar seguridades, resistencias, autocentrismos, comodidades, etc. También este Adviento la Palabra busca hueco en nuestros corazones para dar a luz la fecundidad y la Buena Noticia del Evangelio en nuestros ambientes. ¿Qué tenemos que desalojar en nuestras vidas para que así sea? (Papa Francisco).

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