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15/11/2024 Viernes 32 (Lc 17, 26-37)

Así sucederá el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.

Así sucederá. Como en los días de Noé, cuando el diluvio sorprendió a sus contemporáneos; o como cuando el fuego sorprendió a los contemporáneos de Lot. Vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas (1 Tes 5, 4).

Quien se empeñe en conservar la vida, la perderá; pero quien la pierda, la conservará.

Una vida en torno a uno mismo, es estéril. Quien se pone a sí mismo como punto de referencia de los que le rodean, se queda solo. Por el contrario, quien, como el grano de trigo que cae en tierra y muere, se olvida de sí mismo para vivir orientado hacia los demás, es fecundo. El secreto de la fecundidad está en el mayor o menor significado de los demás en mi vida.

Jesús parece preocupado. Teme que el fuego que arde en sus seguidores se vaya apangando. Teme que el discípulo ferviente acabe instalándose y ocupándose únicamente de sí mismo. Su deseo es que el discípulo, siguiendo los pasos del maestro, vaya contra corriente; hasta la muerte, si necesario. Es el momento de preguntarnos si nos mantenemos despiertos o nos adormilamos; de si vivimos atentos y cercanos a nuestros prójimos, o perdemos sensibilidad.

Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres.

Probablemente era un refrán conocido por quienes le escuchaban. Pero, ¿qué quiere decir Jesús? ¿Quizá piensa en las multitudes que van por la vida como ovejas sin pastor? ¿O en la oveja perdida sobre la que ya han comenzado a sobrevolar los buitres?

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