El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas.
La Biblia nos habla de la venida del Señor al final de nuestros días de dos maneras muy distintas. Una es la manera tremendista, apocalíptica, que hemos escuchado, con personajes y números cargados de simbolismo que no entendemos. Otra es la manera llana y sencilla, como la que escuchamos en el Evangelio de san Juan: No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14, 1-3).
La frase central del Evangelio de hoy es: Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con gran poder y gloria. Es idéntica a la frase que introduce la parábola del Juicio Final (Mt 25, 31-32). Jesús es el principio y el fin de todo y de todos. Porque todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 17). Todo. Todos vamos a su encuentro. Muchos no lo saben porque no han recibido el don de la fe. Otros, los creyentes, sí lo sabemos.
Pero antes de llegar al encuentro glorioso y definitivo con Jesús, lo normal es que experimentemos, sobre todo en la última etapa de nuestra vida, lo escuchado en el Evangelio. Para superar esos dramas, debemos entender que: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Estamos tentados, dice el Papa Francisco, de agarrarnos a lo que vemos y tocamos. Es humano. La tentación es esa. Pero es un engaño porque el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. He aquí, por tanto, la invitación. No edifiquemos la vida sobre la arena. El discípulo fiel es aquel que cimienta la vida sobre la roca, sobre la firmeza de la Palabra de Jesús.
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