Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver.
Los discípulos no lo entienden y comentan entre sí: No sabemos lo que quiere decir. Además, poco antes le han oído decir: Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis (Jn 14, 19). Todo esto dicho en la sobremesa de la última cena. Están desconcertados. Jesús siente compasión por ellos. Han entrado en el oscuro túnel que todo discípulo atraviesa antes de ser inundado por la luz del Espíritu de Pentecostés. Eso quiere decir el dentro de poco ya no me veréis y dentro de poco me volveréis a ver.
Cuando la luz del Espíritu resplandece, el discípulo entiende que la muerte es el final de un ciclo y la resurrección el comienzo de otro. Lo definitivo no es la tristeza del no verle, sino la alegría del verle, porque cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). Por eso ha dicho poco antes: Os conviene que yo me vaya (Jn 16, 7).
Es el Espíritu el que nos va liberando de la tristeza, liberándonos de nosotros mismos. Es el Espíritu el que nos va haciendo más comunitarios, orientándonos hacia los demás. Es el Espíritu el que nos abre los ojos a una lectura nueva y gloriosa de la historia personal y universal.
Vuestra tristeza se convertirá en alegría. Aprendamos los seguidores de Jesús a vivir las lágrimas y el dolor como presencia de amor, y no como ausencia de fe. Aprendamos a hacer brillar la esperanza en la oscuridad, porque ya no habrá muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado (Apo 21, 4).
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