Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: Está fuera de sí.
Jesús es aceptado por las muchedumbres que se aglomeran en torno a Él; no le dejan tiempo ni para comer. Jesús no es aceptado por sus propios familiares que, cuando se enteran de cómo vive, salen en su busca dispuestos a devolverle a casa; Jesús es una deshonra para la familia. Tampoco es aceptado por las autoridades religiosas.
Los letrados que habían bajado de Jerusalén decían: Lleva dentro a Belzebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios.
Ellos son inteligentes y perspicaces; son los que, con agudo espíritu crítico, encuentran, como suele decirse, cinco pies al gato. Esto es algo que sucede también hoy, entre nosotros. Por ejemplo, cuando criticamos a personas comprometidas que se salen de lo normal. Debido a nuestra escasa capacidad para asumir lo novedoso, buscamos mantener las cosas como están y rechazamos a esas personas.
Se detuvieron fuera y lo mandaron llamar. Quienes están con Jesús, dentro de la casa, le pasan el recado: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Jesús no hace caso. Para encontrarse con Él, todos, también su madre y sus hermanos, deben entrar; mientras se queden fuera no habrá encuentro. Contemplamos a María, también ella físicamente fuera, que sufre en silencio la situación que le toca vivir. Le consuela la convicción de que su Jesús la comprende.
Mirad, éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
La familia biológica, cosa buena y santa, es fundamento de la sociedad. Pero Jesús crea una nueva familia en la que Él es el primogénito de muchos hermanos (Rm 8, 29). Es una familia de valores superiores. No vive encerrada en sí misma, sino que está abierta a todos; muy especialmente a los más desfavorecidos.
Pertenecemos a la familia de Jesús cuando entramos en la casa y nos sentamos en torno a Él para escuchar su Palabra y compartir su pan.
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