09/07/2025 Miércoles 14 (Mt 10, 1-7)
- Angel Santesteban
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Y llamando a sus doce discípulos les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Él los llamó por su nombre, uno a uno, mirándolos a los ojos; y ellos contemplaron su rostro, escucharon su voz. El encuentro personal con el Señor, un tiempo de gracia y salvación, lleva a la misión. Jesús les exhortó: Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Encuentro y misión no se separan (Papa Francisco).
Sabemos algo de sus vidas, especialmente las de los más sobresalientes del grupo: Pedro, Juan, Santiago, Tomás… Estaban lejos de ser perfectos. Pero es ahí donde vemos que lo que importa en los elegidos no son sus cualidades, sino la confianza que el Señor deposita en ellos con el Espíritu que les es dado. Por eso que cualquiera vale para ser apóstol o discípulo. Por eso que basta con confiar.
Proclamad que el reinado de Dios está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios.
Se lo dijo entonces a los Doce y lo dice hoy a todo creyente. La tarea es apremiante porque, si hemos hecho progresos tecnológicos, no hemos hecho progresos espirituales. Así que nos encontramos sumidos en una civilización vacía, sin alma, en que abunda el hastío de la vida. Los hombres y mujeres de hoy necesitan fuertes inyecciones de adrenalina del alma. Necesitan ser liberados de lo que les priva del auténtico disfrute de la vida. Necesitan ser liberados de los espíritus inmundos que los esclavizan.
A Jesús no se le ocurriría lanzar vituperios contra nuestra pobre sociedad. Sí se le ocurre invitarnos a ser sal y levadura y luz del mundo, a pesar de nuestras miserias; que no son ni más ni mayores que los de aquellos doce discípulos.
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