Derribad este templo y en tres días lo reconstruiré… Él hablaba del templo de su cuerpo.
Jesús ha confeccionado un látigo de cuerdas y ha expulsado violentamente a los vendedores del templo. Es un momento de fuerte tensión entre Jesús y las autoridades religiosas, porque Jesús relativiza el valor del culto en el templo de piedra y absolutiza el valor del culto en el templo de su cuerpo. Así se lo dirá a la samaritana: Llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y verdad (Jn 4, 23).
Quienes escuchaban a Jesús no podían comprenderle. También a nosotros nos cuesta asimilar las palabras de Jesús. También nosotros estamos demasiado apegados a los templos de piedra. Mercantilizamos la misericordia de Dios. Cargamos de sofisticados protocolos la relación con Abbá. Imponemos requisitos para merecer una gracia que, si se puede merecer, ya no es gracia. Jesús quiere una religión practicada en el templo de su cuerpo místico; templo construido con las piedras que somos todos.
El culto agradable a Dios no es el del sacerdote o del levita de la parábola que, ocupados en tareas del culto del templo, no pueden atender al malherido. El culto agradable a Dios es el del samaritano que, sin frecuentar el templo, atiende al malherido.
Cuando resucitó de la muerte, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
Creyeron: hicieron de Jesús, como san Pablo, el referente de su vida: Sé de quién me he fiado. En la Escritura: el papa Benedicto XVI comenta: La Palabra de Dios guía a los creyentes a la plenitud de la verdad.
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