Jesús recorrÃa todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias.
Proclamando la Buena Noticia. Lo suyo no son los sermones moralizantes e intimidantes como los del Bautista; lo suyo es la proclamación, la notificación, la manifestación de la llegada del reino de Dios tan hermosamente anunciado por los profetas: El lobo y el cordero irán juntos, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente, y no harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo porque se llenará el paÃs de conocimiento del Señor, como colman las aguas el mar (Is 11, 6-9). Lo que Jesús proclama es tan bueno que, incluso a quienes nos decimos creyentes, nos cuesta creer; se cierne sobre nosotros la sombra de la sospecha de que algo tan bueno no puede ser cierto.
Viendo a la gente, sentÃa compasión porque estaban angustiados y desvalidos como ovejas que no tienen pastor.
Como sentirÃa compasión también hoy ante tanta desorientación, y tanta ausencia del sentido de la vida, y tanta vaciedad, y tanta desesperanza. También los hombres y mujeres de hoy van por la vida como ovejas sin pastor. Los sentimientos del discÃpulo deben parecerse a los del Maestro; no nos están permitidas palabras o actitudes de inquisidores severos ante las miserias de la sociedad.
La invitación de Jesús ante el triste panorama que tanto Él como nosotros tenemos delante es: La mies es abundante pero los braceros son pocos. Rogad al amo de la mies que envÃe braceros a su mies. Nos quiere colaboradores y trasmisores de la Buena Noticia, con la oración y con el testimonio de una vida al servicio de quienes sufren mayor necesidad.