¿De dónde se puede sacar pan aquÃ, en despoblado, para saciar a tantos?
Los discÃpulos encuentran/encontramos fácilmente excusas razonables que nos liberan de toda responsabilidad ante las necesidades de los prójimos. ¡Son tantas las penurias humanas y tan pobres nuestras posibilidades! El Papa Francisco nos advierte: No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte porque somos humanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: solo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte, se multiplica.
Tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discÃpulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente.
Los discÃpulos saben que Jesús está en el origen del milagro; pero, al mismo tiempo, son gozosamente conscientes de que Él ha querido hacerles partÃcipes del milagro. Contemplando a estos discÃpulos que se mueven entre la gente, puedo preguntarme: ¿Cómo me veo a mà mismo, como receptor o como repartidor?
Comieron hasta quedar satisfechos, y recogieron las sobras en siete cestos. Eran unos cuatro mil.
Jesús no calcula; Jesús derrocha. El milagro sobrepasa lo que cualquiera hubiera podido soñar. No le importa que sobre, pero se preocupa de que nada se pierda. Eso mismo sucede en la vida de todos: los espectaculares resultados finales tienen poco que ver con los humildes principios. La superabundancia de salvación llega a toda la humanidad. San Pablo lo expresa asÃ: A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amen (Ef 3, 20-21).