10/06/2025 Martes 10 (Mt 5, 13-16)
- Angel Santesteban
- 9 jun
- 1 Min. de lectura
Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo.
La sal no brilla, pero hace que disfrutemos de los alimentos. La luz sí brilla; gracias a ella disfrutemos de la belleza de la creación. Jesús nos pide ser las dos cosas; nos pide que, siendo discretos como la sal, llevemos a los hombres a glorificar al Padre que está en los cielos. Jesús nos quiere agentes eficaces del mejor sabor y de la mejor transparencia. Esto es posible únicamente cuando somos hondamente conscientes de la propia identidad. Es el Espíritu de Jesús quien, por la fe, instala en nosotros esta sabrosa y luminosa conciencia de identidad: Vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rm 8, 15).
Todos los seguidores de Jesús, todos los cristianos, estamos llamados a ser sal y luz, y no podemos permitir que éxitos o fracasos afecten a esta misión. Es una misión que se lleva a cabo con tesón y con discreción, porque la mucha sal produce rechazo y la excesiva luz ofusca. Los creyentes no debemos olvidar que recibimos el don de la fe para dar sentido y sabor a la vida de nuestros prójimos. La oración personal de la mañana nos entona para esta tarea.
El Papa Francisco nos dice que la misión de los cristianos en la sociedad es la de dar sabor a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo.
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